La mayoría de los deportes que comenzaron su sueño olímpico en modo de exhibición quedaron allí. Otros, como el tenis, regresaron para quedarse. Las razones por las que esta especialidad merece tener un espacio similar al del rugby, el 3×3 y el voleibol de playa.

Los deportes de exhibición han sido una característica habitual del programa olímpico durante muchas décadas. En general, esas disciplinas que ocasionalmente se han unido a los juegos lo han hecho con la lógica ilusión de mostrar virtudes que les permitan, tarde o temprano, unirse al calendario ya con estatus oficial.

No sucedió con las competiciones de pelota vasca, que se jugaron por primera vez de manera no oficial en México 1968. Ni siquiera con el hockey sobre patines, que dio una fantástica final en Barcelona 1992 en la que Argentina derrotó a España 7-5.

El caso del tenis fue diferente, ya que logró un regreso informal en Los Ángeles 1984 para asegurarse automáticamente el lugar que nunca más perdería después de Seúl 1988.

En realidad, este deporte también había estado en modo de exhibición en la capital mexicana. Pero el gran golpe llegó en suelo coreano. Para asegurar el lugar formal, el compromiso deportivo de varias de las principales figuras jóvenes del circuito fue fundamental: la alemana Steffi Graf (una de las tres o cuatro mejores de la historia) y el sueco Stefan Edberg, quien solo un año después ganaría el primero de sus seis títulos de Grand Slam, demostraron un nivel de compromiso suficiente para ganar las competiciones individuales, la única disputada en Los Ángeles.

París 2024 no será la excepción y también tendrá su disciplina fuera del programa. La denominada IHF Beach Handball Showcase se llevará a cabo entre el 27 y el 29 de julio, en la sede de la Federación Francesa de Balonmano de Playa en Creteil, un barrio en las afueras de París. Habrá cuatro equipos entre mujeres y hombres, uno de los cuales estará compuesto exclusivamente por atletas locales y los otros tres serán combinados compuestos por figuras de 18 países diferentes.

Es una disciplina muy diferente del juego tradicional. Al igual que en el tenis, se juega al mejor de 3 sets, los dos primeros de los cuales duran 10 minutos y, si hay empate, se definen en una serie de tiros en la que el equipo atacante utiliza un portero y un atacante y el rival solo un defensor, que no siempre es el portero. Hay goles que valen uno y otros que valen dos, entre los que destacan la espectacularidad de los denominados fly y 360.

Con un clima similar al de la fiesta del voleibol de playa, esta especialidad ya tomó su primer examen con un éxito deportivo y de asistencia en los Juegos Olímpicos de la Juventud de Buenos Aires 2018.

Hay un argumento extra, quizás sutil, pero significativo dentro de la lógica inclusiva que el mundo olímpico expresa cada vez más. En este caso, no solo se trata de género, sino también de países que logran trascender en una disciplina que, en su formato original, no son exactamente los más destacados.

Solo un dato: en Buenos Aires, los equipos locales ganaron oro en mujeres y bronce en hombres. En balonmano tradicional, Argentina solo logró jugar un partido olímpico femenino y nunca pasó de la primera fase en los cuatro juegos consecutivos que jugó con los caballeros.

Independientemente de un análisis más profundo, hay un elemento que destaca en este caso y en unos pocos otros: las versiones reducidas de varios deportes permiten destacar a países que no tienen una base de la pirámide tan amplia como las principales potencias.

Hay tres ejemplos muy recientes. Todos se refieren a Tokio 2020.

Voleibol de playa. Noruega, que rara vez se clasifica para campeonatos mundiales y juegos en la especialidad de interior, ganó la medalla de oro entre los hombres. Y Catar, que tiene la misma lógica, se quedó con la de bronce, aunque utilizó a dos jugadores de países africanos nacionalizados que, por cierto, no son banderas que suelen destacarse en el voleibol de interior.